Dos teleféricos en dos ciudades, para que los pobres caminen por los aires

Dos teleféricos en dos ciudades, para que los pobres caminen por los aires

Santo Domingo Savio, un barrio pobre de la zona nororiental de Medellín, es una gran mancha del color marrón de los ladrillos de sus innumerables y humildes casas. Años atrás, sus estrechas calles serpenteadas alargaban hasta lo insostenible el tiempo de recorrido de sus habitantes hacia el destino laboral, y de éste, el del regreso agotador a sus hogares.

Al caminar sus pobladores, posan sus pies en las laderas de un cerro del mismo nombre, que aunque gigante, no lo ven, porque permanece ocultó por la centenaria informalidad barrial de ese litoral de Medellín, una ciudad encajonada por un valle cruzado por el río Aburrá.

Pero desde hace más de 10 años, observan desde arriba las dimensiones del imponente cerro, abarrotadas por ese caserío color ladrillo, en cuyas viviendas, como oportunidad de negocios, se alquilan sus techos para propaganda política o publicidad comercial, porque desde hace más de 10 años los que compran y los que votan transitan por sus cielos, de forma masiva y cada día.

A las 6 de la mañana Lucia Echevarría, una joven de Medellín, sale de su casa con destino al otro extremo de la ciudad, donde está ubicada la fábrica de confecciones donde trabaja. Antes se trasladaba en autobús, una tarea que con tono prudente califica de “difícil, demorada y costosa”.

La conversación con Lucia se realiza en una cabina de unos cuatro metros cuadrados de superficie por 3.5 metros de altura, que se bambolea ligeramente mientras desciende sostenida por un cable de acero de 2.07 kilómetro de longitud y a una altura de 38 metros de un suelo declinante que inicia en la cima del cerro Santo Domingo, a más de 1,800 metros de altitud.

En ese pequeño espacio están los seis pasajeros presentes, cómodamente sentados. Se trata de una de las cabinas de la línea K, del Metro Cable de la ciudad de Medellín, en Colombia, una obra pública de transporte masivo sobre la que existe un gran consenso regional en calificarla como un proyecto de inclusión social sin parangón.

Este transporte por cable aéreo, también conocido como teleférico, opera desde 2004, año en que se construyó. Por él se traslada Lucia cada mañana, hasta el Metro de Medellín que aborda con el mismo pasaje para continuar su viaje cotidiano hacia el empleo.

Estima David Albornoz, ingeniero de proyecto de la empresa Poma, que “una persona que vive en las laderas de Medellín, sin una instalación como esta, y sin estar conectada con el sistema integrado de transporte público, puede demorar entre 3 y 4 horas en llegar al trabajo desde su hogar”.

El Grupo Poma es considerada líder mundial del transporte por cable, con más de 80 años operando en los cinco continentes. En Colombia construyó y puso en servicio en 2004 la primera línea de Metro Cable, lo que finalizó el aislamiento social y topográfico de los barrios populares ubicados en las laderas de los cerros de la ciudad de Medellín.

En la actualidad en esa ciudad colombiana operan, además de la primera línea denominada “K”, otras dos, la “J” y la “M”. Las tres juntas suman una extensión de 9.7 kilómetros y ocho estaciones. Además, se encuentran en construcción las líneas “M” y “H”, con tres estaciones cada una, lo que elevará la extensión del sistema de Metro Cable de Medellín a 11.87 kilómetros.

Se supone que la cabina de los teleféricos nunca se detiene, excepto para mantenimiento programado (una vez al año), o para reparación del sistema. Sin embargo, al entrar a la estación reducen la velocidad a lo mínimo, lo que permite el embarque y el desembarque de los pasajeros. Pero está diseñado en toda su extensión para permitir el acceso a las personas con discapacidades.

Sin embargo, hubo un momento en que la cabina se detuvo en plena altura, sostenida por el cable, lo que incrementó un poco el bamboleo. Un grupo de dominicanos presentes pensaron: “¡un apagón teleférico!”… y así se comentó. Todos miraron hacia el suelo, varias decenas de metros más abajo.

El incidente duró un minuto, y al llegar a la estación se explicó que el suceso es parte del sistema de seguridad. Si los pasajeros se atascan al embarcar o desembarcar, los sensores detienen el sistema hasta que fluyan nuevamente, para evitar accidentes.

A Juliana Méndez, una joven colombiana de los barrios pobres de la serranía de esa ciudad, al principio se le veía tímida sentada en la bamboleante cabina de seis personas que se desliza por el cable de acero. Los cuatros bullangueros de acento caribeño le ocupaban la atención. Se le informa que eran de República Dominicana y que visitaban a Medellín para conocer su Metro Cable, y se le pregunta sobre “qué le aconsejaría a los dominicanos, en cuyo país se tiene como proyecto construir uno igual”. Responde con voz segura y entusiasta: “Que lo tomen en cuenta, que es un transporte súper bueno, que le va a facilitar mucho y le va a dar mucha economía. Se ahorra tanto en tiempo como en economía”.

Méndez se levanta a las 4 de la mañana para asistir a su trabajo, en una fábrica de confecciones al otro lado de la ciudad. Antes de que existiera el Metro Cable, debía levantarse a las 3 de la madrugada.

¿Cómo tu barrio recibió el Metro Cable”, se le pregunta.

“A mí me parece que con mucha alegría”. “Es más seguro, menos peligro”.

¿No le tienes miedo a las alturas?, se le pregunta.

“Ya no. Al principio si, cuando comenzó”, confiesa

¿Qué fue lo que te convenció subirte la primera vez?, se le interroga,

“Las ganas de montar”, comenta, entre risas.

En el oriente de Medellín, sobre las laderas del cerro Pan de Azúcar el caserío de ladrillos se extiende más allá de la vista y parece tocar el cielo. La informalidad y la pobreza han condenado por mucho tiempo a las innumerables comunidades que la habitan. Eso, agravado por la delincuencia social y las guerras informales que en el pasado sometieron a la región antioqueña. El taxista que nos acompaña, por fuerza de la costumbre al principio expresa sus reservas cuando se le pregunta cómo se pude llegar a la cima de todos esos caseríos. “Con acompañamiento policial”, aconseja. Pero cuando se les visita, en la gente solo se percibe esperanza.

La construcción de la estación de Miraflores, en la falda del cerro, promete comunicar a todos los habitantes de esas comunidades con los lugares más distantes de Medellín, y será cosa del pasado renunciar o rechazar un empleo, porque simplemente no se pueda llegar al puesto de trabajo.

economia Diario Libre

All right! SolCity Navegacion Dominicana Road and Street maps Republica Dominicana